Escritores de Málaga


Antonio Soler (1956).
 
"En el centro de nuestras vidas hubo un verano. Un poeta que no escribió ningún verso, una piscina desde cuyo trampolín saltaba un enano con ojos de terciopelo y un hombre al que una noche se llevaron las nubes. Los días cayeron sobre nosotros como árboles cansados.
Ésta es la historia de Miguel Dávila y de su riñón derecho. Y también es la historia de mucha otra gente (...) Y también es mi propia historia. Al recordar aquel tiempo voy resucitando una parte de mí mismo. Como un viejo paisajista que al pintar los ríos, las hojas de los árboles y el azul de las montañas que tiene frente a él estuviese dibujando el contorno de sus ojos, el trazo sinuoso que el tiempo ha dejado en las arrugas de su piel. Su autorretrato (...)
A Dávila lo vimos regresar al barrio la mañana de un día despejado de finales de mayo, cuando los jazmines de doña Úrsula empezaban a llenar la calle con su olor dulzón y los gatos (...) maullaban con la desesperación del celo. Dávila tenía la misma figura delgada y altiva de siempre, aunque en la espalda, bajo la camisa blanca y un poco crujiente, llevaba una cicatriz de cincuenta y cuatro puntos en forma de media luna (...) Bajo el brazo llevaba un libro grueso y con el borde de las hojas un poco rizadas. El símbolo de su desgracia."

"El camino de los ingleses"


Juan Madrid (1947).

"Cuando llegó el paquete, llamé a mi hermano y juntos lo desatamos en el comedor de mi casa. El paquete medía aproximadamente un metro de longitud por medio de ancho y otro tanto de alto. Estaba cubierto —además del papel de embalar— por una tela cosida. Disimulamos nuestro nerviosismo mientras cortábamos la tela y aparecía una vieja caja de madera de las utilizadas en Málaga para transportar pasas de uva, aquellas pasas dulces y grandes de nuestra infancia que tanto echábamos de menos. Arrancamos la tapa y fuimos sacando otros tantos paquetes —cinco en total—, también envueltos en tela y cosidos. Además de todo eso, encontramos un grueso sobre que contenía una larga carta que yo creí dirigida a mí, ya que estaba escrito: «A Juan Madrid.»
El contenido de los paquetes quedó expuesto sobre la mesa de mi comedor. Éstos eran: un pesado revólver Nagant, (...) una brújula de mesa Lloyd-Paterson, inglesa, aún en funcionamiento, un machete malayo de cincuenta centímetros de longitud, con mango de asta, completamente oxidado, denominado parang, un diario personal de tapas de nácar, cerrado con broche, escrito en inglés, perteneciente a una tal Lady Jeanette Bloson-Krupp, cuya foto grabada aparecía en la contratapa. Se trataba del sonriente rostro de una jovencita rubia, extraordinariamente bella, ataviada con una pamela, cuyos ojos claros y limpios nos sonreían desde el pasado.
El diario estaba fechado en Londres, marzo de 1913, con la leyenda en inglés: «Diario de mi viaje a Borneo.» (...) Y, lo que era más curioso, el sobre que yo creía dirigido a mí incluía unas doscientas hojas de papel corriente, atadas con una cinta, y cubiertas de una prolija y casi ilegible letra, que después supimos que era de Salvador.
Nos sorteamos los objetos. A mi hermano le tocó en suerte la brújula y el machete malayo, a mí el Nagant y el diario, al que consideramos en el mismo lote que el sobre con las hojas manuscritas. Tengo que decir que ese mismo día intenté leer esas hojas. Todos mis intentos fueron infructuosos. El papel se rompía y el tiempo había desdibujado de tal manera las letras que era casi imposible descifrarlas. Además, estaban colocadas en orden inverso, es decir, de la más reciente a la más antigua y acababa bruscamente, como si hubiera decidido de pronto dejar de escribir."

"El hijo de Sandokán"



Rafael Pérez Estrada (1934) 

La conocí en la playa, y al poco estábamos sentados frente a frente en una pequeña pérgola de claridades y bebidas gaseosas. Charlábamos de tal manera que por un momento temí haber agotado el diccionario. Mas, un diccionario puede decirse cuantas veces se desee, y volvimos a charlar, ahora con las palabras más hermosas y felices. Sin que lo advirtiera empezó a oscurecer. Incluso el mar era una mancha de misterio moviéndose en un horizonte dominante y lineal. Pensé tener una metáfora luminosa para ofrecérsela; iba a hacerlo cuando descubrí que también ella había anochecido, y que en la suavidad adolescente de su piel azul, los astros y constelaciones brillaban de una forma única y, tomándola de la mano, preferí hacerme cómplice del silencio. 

"Los Oficios del Sueño"



Mª Victoria Atencia (1931)

 LAGUNA DE FUENTEPIEDRA

    Llegué cuando una luz muriente declinaba.
Emprendieron el vuelo los flamencos dejando
el lugar en su roja belleza insostenible.
Luego expuse mi cuerpo al aire. Descendía
hasta la orilla un suelo de dragones dormidos
entre plantas que crecen por mi recuerdo sólo.
   
 Levanté con los dedos el cristal de las aguas,
contemplé su silencio y me adentré en mí misma.



Manuel Alcántara (1928)

Soneto para esperarte en una cafetería
 
Resulta que la historia estaba escrita
cuando yo quise hacerla a mi manera.
Cuando yo no quería que volviera
resulta que la historia resucita.
Resulta que en el tiempo de la cita
tendrán que hacer un banco de madera.
Al corazón le viene bien la espera,
quién sabe si además la necesita.
Azafatas de vuelo alicortado
van del café a las piñas tropicales
por aires ciudadanos y ruidosos.
Arriba el tiempo nuevo ha presentado
sus fluorescentes luces credenciales
y enrolla pergaminos luminosos.


Manuel Altolaguirre (1899)

Tus palabras 

 

Apoyada en mi hombro
eres mi ala derecha.
Como si desplegaras
tus suaves plumas negras,
tus palabras a un cielo
blanquísimo me elevan.

Exaltación. Silencio.
Sentado estoy a mi mesa,
sangrándome la espalda,
doliéndome tu ausencia.



Salvador Rueda (1857)

COPLAS

Como el almendro florido
has de ser con los rigores,
si un rudo golpe recibes
suelta una lluvia de flores.


 Tiro un cristal contra el suelo
y se rompe en mil cristales,
quiero borrarte del pecho
y te miro en todas partes.


 A la luz de tu mirada
despido mis penas todas,
como a la luz de los astros
la hoja despide la sombra.


 La campiña cuando sales
se inunda de luz alegre,
y las hojas de las ramas
baten las palmas al verte.


Tengo los ojos rendidos
de tanto mirar tu cara,
si los cierro, no es que duermen,
es tan sólo que descansan.


 Ya viene la primavera,
ya los pájaros se hermanan,
¡cuánto espacio entre nosotros
y cuán cerca nuestras almas!






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